Nos presenta a un personaje sumamente popular en el campo del entretenimiento infantil, un Pokemon que asalta a diario los medios de comunicación a través de una auténtica batería de recursos, desde las serie de televisión, los cromos y videojuegos hasta las películas de animación así como libros, cómics manga, música y juguetes, conformando un auténtico imperio económico que ahora se exprime por los derroteros de la inevitable serie para la gran pantalla.

Una solución que ha comenzado con aceptables augurios y ante la que se abren loables expectativas de futuro y cuya novedad más llamativa es que permite a los dibujos animados convertirse en personajes reales. Para ello se ha elegido a un actor sumamente popular, especialmente en Estados Unidos, Ryan Reynolds, que se encarga de dar la voz al detective Pikachu, que es el único que puede oírle y, por tanto, hablar con él.

La cinta inicia su andadura cuando el detective de ACE Harry Goodman desaparece misteriosamente, lo que provoca que su hijo de 21 años Tim tome cartas en el asunto para averiguar lo que pasó. La faceta más interesante, sin duda, es la que conecta la película con el cine negro, fruto de unos diálogos ingeniosos y no exentos de atractivo que aportan consistencia y notas de humor a las deliciosas conversaciones entre Pokemon y el detective Pikachu. Es la parte final y la que mejor conecta con el auditorio. En ella reluce en alguna medida el director Rob Letterman, que es responsable de tres largometrajes, dos de animación, Espantatiburones y Monstruos contra alienígenas y uno con personajes reales, Pesadillas. Es obvio que su cotización ha subido al alza tras dirigir este primer largometraje de la saga Pokemon.

Por otra parte, los personajes transitan por las calles de la sede urbana, la futurista Ryme City, una enorme metrópoli futurista con marchamo de icono en la que los humanos y los Pokémon comparten un mundo hiperrealista de acción real. Uno de los aciertos de la película reside en el diseño de Pikachu, que parece más una bola de algodón blanca y amarilla que otra cosa, pero que despierta una inequívoca ternura.