Una de esas películas que hay que agradecer a menudo porque ofrecen bastante más de lo que prometen con destellos de buen cine y con rasgos de comedia que evita caer en las trampas de un fácil sentimentalismo. Es la cuarta de la filmografía de la francesa Carine Tardieu, la primera que vemos en las pantallas españolas, y se presentó fuera de concurso en el Festival de Cannes.

Su mejor propuesta en lo que concierne a su argumento es que nos encamina hacia un escenario muy socorrido en los últimos tiempos, el de la búsqueda de los padres biológicos, renunciando a los fáciles y tópicos esquemas al respecto. Con dos virtudes que es justo subrayar, la interpretación de un grupo de actores poco o nada conocidos en estas latitudes, pero sumamente eficaces y la utilización de una magnífica banda sonora que combina lo moderno, lo clásico y lo lírico.

A sus 45 años, Erwan, que trabaja buscando explosivos en lugares que albergaron conflictos bélicos, es un viudo que descubre con la lógica sorpresa que Joseph, el hombre que lo ha criado y al que siempre ha considerado su padre, no lo es. Se ha enterado por casualidad y está decidido a moverse por donde haga falta para saber toda la verdad, más aún cuando la familia está en vías de modificarse al estar su hija a punto de dar a luz, aunque se ignore la identidad de su yerno.

Con este panorama dos nuevos hechos van a jugar un papel decisivo. Por un lado, el reencuentro del verdadero padre, que tampoco está al tanto de lo sucedido, pese a que hay documentos que lo certifiquen y, por otro, la irrupción de la encantadora Ana, que viene a ser algo así como el eslabón perdido entre los dos protagonistas masculinos.

Se alcanza así un nivel de tensión considerable que la realizadora encauza a través de una vía sanadora de la comedia. No es una cinta de gran envergadura, si bien ofrece mejores frutos que productos pretenciosos que se pierden en el aburrimiento.