Ni a Woody Allen se le hubiera ocurrido un final de fiesta tan tragicómico. Trágico para los responsables de La La Land que. en un abrir y cerrar de sobres. pasaron de cumplir con las expectativas a quedarse chafados. Cómico para los espectadores que asistieron, estupefactos, a un error histórico e histérico que convertía a la cenicienta Moonlight en la triunfadora final de una noche que hasta entonces transcurría plácidamente entre el sopor y la rutina. Pobre Warren Beatty, al que todos dan como culpable y es falso pues se dio cuenta de que era el sobre equivocado (el de mejor actriz, que ya había ganado Emma Stone), pero Faye Dunaway, su compañera en "Bonnie & Clyde", se tiró a la piscina. Y se ahogaron los dos. ¿Cómo pudo suceder un error tan monumental? Que llamen a Sherlock Holmes porque ese quiebro de guión ya pertenece a otro género.

No es difícil imaginar a Donald Trump muerto de risa al ver cómo el tiro le salía por la culata a quienes habían intentado darle en los morros con una decisión que no es injusta (Moonlight es una buena película) pero sí incoherente porque ¿cómo es posible que la mejor producción no sea también la misma que tiene el mejor director? De este tipo de decisiones sabe mucho la Academia, que en el resto se comportó sin estridencias en todos los apartados (Mahershala Alí y Viola Davis en cabeza), y olvidando las turbulencias privadas de Casey Affleck para darle el merecidísimo premio por Manchester frente al mar.

Y de igual forma que la iraní The Salesman ganó el sprint a última hora para incordiar a la Casa Blanca, dejando por el camino a la gran favorita Toni Erdmann, es inevitable sospechar que el arreón final de Moonlight se deba a esos mismos deseos de plantar cara a Trump con un título que es una clara apuesta por la diversidad racial y sexual frente a las cadenas y condenas de los sectores más reaccionarios.

Las imágenes de la ceremonia.

La La Land llegaba escoltada por una fecunda carrera de premios y elogios, aunque, como ocurre siempre que una película empieza a llamar demasiado la atención, ya había surgido una nutrida legión de "haters" que la consideran, con una hostilidad digna de peor causa, un engendro. No contaba, seguramente, con "la llegada" (permitan el guiño a la cinta que más me gustaba de todas las finalistas) en tromba de un rival de dimensiones más humildes pero que se creció en un momento ideal para que su propuesta calase en la conciencia de los votantes de la Academia.

Todos sabemos que Hollywood está de uñas con el nuevo presidente de Estados Unidos. Sus decisiones en contra de la entrada de inmigrantes ha removido los ánimos entre la gente del cine (claramente progresista) y premiar a Moonlight pasó a ser una forma de darle una patada en los muros al nuevo inquilino de la Casa Blanca. ¿Injusto? Hablar de justicia en los "Oscar" no tiene sentido si recordamos que en la lista de ganadores figuran títulos olvidados y mediocres (Argo, sin ir más lejos, que ganó sin que su director estuviera siquiera nominado) y faltan, por ejemplo, gigantes como Alfred Hitchcock.

Son películas muy distintas. La La Land es una comedia dramática con tintes musicales, agridulce, soñadora y luminosa en su mayor parte. No reivindica nada. Impura nostalgia, madura melancolía. Intenta imitar lo inimitable y la copia le sale resultona, que no memorable. Moonlight, a pesar de su apaciguamiento sentimental en su desenlace, es cine que protesta y denuncia: la historia de un negro gay en un mundo donde lo segundo está visto como una lacra. Un mundo de camellos, acoso escolar, drogadicción y violencia, al que la cinta se aproxima con sensibilidad y talento, aunque también con cierta inclinación a pisar lugares demasiado comunes. Ninguna de las dos pasará a la historia del cine. Quien sí lo hará es Warren Beatty por protagonizar uno de los momentos más terribles y grotescos de todos los tiempos sin tener culpa alguna en el desaguisado. Así que desde ahora mismo lancemos la campaña #WarrenNoEsTuCulpa.