Opinión

Auster

Lali Gubern, Siri Hustvedt, Sophie Auster, Paul Auster y Jorge Herralde.

Lali Gubern, Siri Hustvedt, Sophie Auster, Paul Auster y Jorge Herralde. / ARXIU PERSONAL HERRALDE/GUBERN

Dijo que gran parte de su trabajo consistía en afrontar la muerte, inexorable sensación de fragilidad de la vida que «me persigue sin descanso». Por otro lado «una gran alegría de estar vivo… y un miedo atroz a perder a la gente que amo». Paul Auster raras veces, y en pocos libros, hacía morir a sus personajes.

«La escritura es una enfermedad; escribimos para compensar carencias, quizá para curarnos». Sus obras son sobre Estados Unidos, y sus preocupaciones, afirmaba, norteamericanas, pero argumentaba que había tenido la suerte de viajar, de vivir en Europa y de leer autores europeos. «Sin Faulkner no había García Márquez, como no había Faulkner sin Joyce, ni Joyce sin Flaubert. La literatura es una gran empresa universal. Cada escritor tiene una forma personal y un estilo de dirigirse hacia ella». Uno de los motores más potentes de esa gran empresa ha dejado de bombear y no pocos hemos crecido a su ritmo como lectores y como libreros. Toda una corriente literaria, todo un mercado en ebullición en la ancha y larga cadena de nuestro sector cada vez que su engranaje narrativo se renovaba con un nuevo trabajo entregado a sus editores. En plural pues sin la figura del sr. Herralde Auster habría llegado, seguramente, pero no en su esencia y con la eficacia que caracterizó siempre a Anagrama que lo hizo entrar por la puerta grande, con un gran editor a su lado.

«Cuando uno llega a los cincuenta años ha perdido a parte de las personas que ha querido y lo han querido. Hay más tiempo por detrás que por delante. Uno camina con fantasmas por dentro. Yo tengo tantas conversaciones con los muertos como con los vivos… todos convivimos con nuestra propia muerte, pero pocos sabemos cuándo moriremos.»

Pero había empezado con dificultad a llegar su obra y a ser traducida. Inicios dificultosos de la mano de la editorial asturiana Júcar, luego Edhasa con dos o tres títulos, pero todo cambió con «Moon Palace» y de la pequeña Sun and Moon Press pasó a la poderosa Viking con un contundente lanzamiento. Así lo cuenta Jordi Herralde en su librito homenaje editorial de 2007. Asegura que pronto se convirtió en adicto y a partir de El palacio de la luna, en 1990, publicó todas sus obras posteriores, «la reputación y los lectores de Auster fueron creciendo y creciendo». Me acuerdo perfectamente pues entré en el sector librero un 2 de mayo del mismo año, de hace ya 34 años, muchos cambios vividos. De las mejores cosas que pueden suceder a los libreros es ver nacer a un autor de los grandes, seguirlo de cerca sin perder una sola lectura, crecer y recomendarlo y ver cómo el público unánime corresponde y se empiezan a crear unas corrientes a lo largo de los años que llegan a mantener un auténtico tejido humano y literario muy familiar que solamente la muerte puede pretender cortar. Con este admirado autor la muerte va a vivir su fracaso. Con personajes de esta talla lo tiene muy difícil e incluso puede ocurrir todo lo contrario, es ley.

Al recibir el Príncipe de Asturias el octubre de 2006 en el Teatro Campoamor de Oviedo: «No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de esto estoy completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi adolescencia» y todo «... con objeto de dar vida a lo que no existe…, salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa». Además, lo que no existe no puede morir.