El fútbol y yo somos incompatibles. Cuando está, desaparezco. Por lo que es muy improbable que nos encontremos en el camino. A pesar de que el deporte rey invada muchísimos rincones de la pequeña pantalla y yo habite en ella casi a tiempo completo.

De ahí que, necesariamente, haya excepciones. Y por un zapping mal calculado, falta de reflejos o mera distracción, reconozco que ha habido días en los que me he visto siendo un espectador más de esos minutos que indefectiblemente dedican los Telediarios a informar sobre los entrenamientos, imprevistos y todo el anecdotario relacionado con esos héroes, los futbolistas, que junto a los pilotos Motos GP, Formula 1 y algún tenista superdotado, están situados en el altar de los dioses contemporáneos.

Pero parece ser que estos dioses también tienen necesidades fisiológicas. Que pueden sentir incluso en pleno terreno de juego y en plena faena. No me pregunten por el equipo ni por el protagonista de esta historia. Pero sé que no estaba soñando. Que lo vi con mis propios ojos. Y que tuve que desatender lo que estaba haciendo para prestar atención al chascarrillo.

Por lo visto, a un jugador le había dado un apretón en un momento inoportuno, y tuvo que visitar al señor Roca, ausentándose del campo unos minutos. Salieron los compañeros, el entrenador, y el propio protagonista, pronunciándose a propósito del incidente. «Cuando no estás a gusto en el terreno de juego es imposible rendir al cien por cien», se justificó con más razón que un santo. Consumiendo minutos de oro televisivos en los informativos más vistos, dado que absolutamente todo lo que digan, hagan o dejen de hacer estos señores merece el foco mediático permanente. Que nadie se moleste con mi comentario. Solamente digo que, visto desde fuera, desde mi planeta, no deja de parecerme una desmesura.