Cipriano Torres Cada vez que escucho la palabra bodorrio me quedo quieto porque sé que en ese preciso momento una tormenta de espantajos, de mamarrachos con alarde de vestidos caros y de sombreros alucinógenos me acecha en la pantalla para confirmar que esto es la locura, y que aquí no se salva ni dios.

Cada vez que escucho la palabra bodorrio muere el gatito de Youtube y el niño africano de los vídeos del hambre nos mira sin entender nada.

En las últimas horas hemos tenido bodorrios sonados, de esos que, átense los cerebros, son capaces de abrir informativos. Lo de Pilar Rubio y Sergio Ramos fue la bomba, quizá la boda del año, aunque no, bien analizado, la boda del año -¿cuántas bodas del año hay en un año?- estaría por llegar.

Sevilla se paró, se escuchó en la tele echando mano de ese tipo de frases abombadas que tanto gustan a los guionistas de ‘Corazón’ y que luego, cargadas de melaza, Anne Igartiburu suelta con su vocecita de azúcar derretida. Pero como saben, y si no lo sabe es que usted ha alcanzado un nirvana social envidiable, «la boda del año» ha sido la del fin de semana, el bodorrio de la señora Belén Esteban con su conductor de ambulancias, el señor Miguel Marcos.

Telecinco se ha volcado en tan magno acontecimiento apostando por la jaca ganadora. Y ganó. Como la novia y el novio, y sus circunstancias, es decir, el vestido y esas chuminadas, son secreto carísimo de exclusiva, un pastón que apoquinará una revista loca, en los programas basura de la cadena, o sea, en los programas de la cadena, se analizó el enlace durante dos días en un sinfín entre colegas de la colega a la espera de que la revista publique las fotos y hala, a pajera abierta. Nos espera, mínimo, una semana de boda. Y a Mediaset la caja a rebosar.