Supongo que lo recordarán. Hablo de Cañita Brava, o Manuel González Savín en su carné de identidad -que he tenido que consultar-. Era la España de 1995, y Narciso Ibáñez Serrador, el del ´Un, dos, tres´, endilgó a TVE y a la audiencia una de sus más chocarreras travesuras, 'El semáforo', un programa de talentos pero, cómo decirlo, de talentos raros, extravagantes, de talentos como salidos de la barraca de los monstruos.

En 'El semáforo' era el público el que después de la actuación de un minuto decidía si el desconocido merecía el aplauso o el horrísono estruendo de las cacerolas. En ese caldo de risas no exentas de una sensación de mal rollo porque te descubrías riéndote del otro por su fealdad, por su dislexia, por su estrambótica forma de cantar, moverse o lo que tuviera que hacer, nació Cañita Brava, que tenía todo lo anterior. Es el talento del idiota. Cortito de luces, pero con gracejo y, lógico, sin pudor, consiguió plaza en 'Crónicas marcianas', donde le tiraban de la lengua para que diera espectáculo. Pero como tantos muñecos, no sé si rotos o enteros, dejó de aparecer en pantalla, al menos en un espacio diario.

Ni que decir hay que Santiago Segura, según me documento, contó con él para una entrega de su estomagante saga, quizá la primera entrega, que es cuando el gallego estaba en la cumbre gracias a 'El Semáforo'. Pero digamos que desapareció. Hasta ahora. ¿Han visto el anuncio donde le vemos en un decorado que semeja el saloncito de una casa, donde Cañita aparece sentado en un sofá, con impermeable, cubriéndose con un paraguas, y negando que su casa haya humedades? Apenas se entiende lo que dice, y por eso está ahí. El anuncio es desternillante y surrealista. Como Cañita Brava.