Niño Íñigo, coño, de dónde has salido. Uno te ve en casa, con el volumen quitado, y sin saber qué haces, qué representas, de dónde vienes, discutiendo por la noche con una hiena como Eduardo Inda, y enseguida piensa en la dejadez de tus padres, que te dejan estar fuera de casa a esas horas, en concreto en La Sexta Noche, jolín, en vez de estar con ellos apoyándote desde la grada mientras tú, querubín, cantas en Pequeños gigantes y mamá, llorando, murmura la letra.

Pero no, Íñigo Errejón no es así, te veo y escucho con el volumen normal, te veo en La Sexta Noche, frente a una hiena como Eduardo Inda, y sobre todo te escucho embelesado porque te comes a la hiena sin levantar la voz, y la dejas en ridículo por ser tan pesado preguntando otra vez sobre ETA y Podemos. Tiene cara de crío, es verdad, de muchacho imberbe, como poco cocido, pero esa cara y su cuerpecillo de aguja se desvanecen como la bruma de la mañana en cuanto habla.

Lo hace con seguridad, pero sin altivez ni arrogancia, y eso se agradece en un tiempo de platós viciados por el escupitajo verbal lanzado no para convencer desde la reflexión sino para anular con el improperio gritón. Forma parte del trío La la la, es decir, Juan Carlos Monedero, Íñigo, y la estrella Pablo Iglesias, la santísima trinidad política que, según MariCospe es el diablo que acabará con la democracia. Estas tonterías logran, según vemos en los sondeos, el efecto contrario. El padre, el hijo y el espíritu santo se reparten las televisiones, menos La 1, donde están vetados. A ver si vemos a Íñigo por allí antes de que le salga barba. O la dirija alguien del trío.