Se preguntarán, y hacen bien, que para no estar al tanto ni ver en Telecinco nada que huela a Supervivientes y chirigotas parecidas escribo mucho, bastante, quizá demasiado, de programa tan estúpido. Y que lo hago incluso cuando su emisión ha terminado, si es que en esa casa dan por acabados este tipo de sahumerios.

Lo digo porque hoy vuelvo a traer aquí al conocido como maestro Joao, el simpático farsante que ve el futuro leyendo el culo ajeno - sin duda imaginación tiene, y jeta, y gana de ganarse la vida, y eso que se llama agallas para reinventarse -. Este señor, hasta hace unos meses, era un etcétera de las teles analógicas, de los programas nocturnos engaña viejas con llamadas a riñón el minuto para engañar a manos llenas con tarifas de infarto contando trolas a espuertas. Pero entró como concursante isleño. Y dicen que ha dado espectáculo. O sea, se ha perdido un vidente, y se ha ganado un payaso catódico dispuesto a seguir dándolo todo, incluso lo más íntimo, para no apearse de estas bocanadas de viento a su favor. No ganó Supervivientes, pero ahora está haciendo la ruta del bacalao entre lloros y más lloros.

He visto fotos de antes y sí, Joao era un vidente como las normas mandan, con sus camisas y túnicas de estampados acojonantes, con sus collares y sus pulseras de la suerte, con su sonrisa y su estampa de Rappel de toda la vida. Todo eso ha cambiado. El divino y lejano personaje que predice el porvenir ha dado paso a un mortal sin más atributo que sus miserias, que cuenta en revistas y platós que aflojen la guita. Delgado, escuchimizado, lacrimoso, sensible como una anciana demente, el maestro Joao está abriendo la puerta del infierno, como si nadie leyera su culo para advertírselo.