El niño Julen se encontró sin vida, como todo el mundo intuía sin decir, en su sarcófago de tierra y lascas duras en el pozo de la Axarquía. Han sido unos días agónicos que otra vez han levantado las iras contra la tele.

El niño fue rescatado por un equipo de muchas, muchas personas, todas con un papel fundamental, desde los sicólogos a los mineros, de los ingenieros a los camioneros, de los bomberos a la guardia civil. Incluso el niño, a día de hoy, ya fue enterrado, se han hecho vigilias, concentraciones, se han puesto en algún lugar de El Palo, barrio malagueño de pescadores, las consabidas velitas, los consabidos dibujitos con angelitos y corazones latiendo, los vecinos han llorado frente a las cámaras y se han dedicado cientos de horas al caso, al Rescate de Julen, una especie de directo sin fin en el que apenas pasaba nada pero todo parecía de máxima importancia.

¿Quiere decir que el caso del niño ha terminado para la televisión? No, ni mucho menos, es un bocado demasiado apetitoso. Cuando el perro nota carne, la dentellada es larga.

Lo del viernes y sábado en Telecinco fue ejemplo de lo dicho. Por la mañana, por la tarde, y por la noche. Hasta ‘Sálvame’ dejó de hablar de las «adicciones de Kiko Rivera» para convertirse en experta en sucesos. Los especiales han ido regalando a las cadenas audiencias millonarias.

El de Ana Rosa Quintana superó los 4 millones, lo que a veces no hace un partido de fútbol. Así que si la audiencia pide eso, se le da. El mercado es el mercado. Y el mercado, con un poco de unte amarillo y sensacionalista, es la leche. Ahora llega la investigación, la entrevista en exclusiva a los padres, a los mineros, y a la madre que nos trajo. Pobre niño.