Lo ha vuelto a hacer. El equipo de 'Salvados', a cuyo frente está Jordi Évole, ha vuelto a llevar el programa a cotas que sobrepasan el estrecho mundo de la televisión. Desde el primer minuto se adivinaba lo que se nos venía encima. Y se nos vino. Se nos vino algo más que los contenidos de un formato de televisión para el domingo por la noche. Sexo, la mala educación, juntó a un puñado de chicos y chicas para hablar de sus cosas más íntimas, de sus deseos, de una sexualidad que están aprendiendo, aunque en estos tiempos parezca lo contrario, a golpe de red social, en sesiones de porno, y aún así dijeron cosas que como espectador te dejan fuera de órbita. El último 'Salvados' debería de formar parte, como enseguida se propagó por internet, de los programas de educación sexual de los institutos del país. Gran programa.

Soy yo, decía una chica, la que se tiene que recuperar -de haber sufrido maltrato- y no él, que me trataba como una puta, como una guarra, hasta que una orden de alejamiento separó al canalla de Julia. Su desgarrador testimonio formó parte de un debate entre una selección de chicos y chicas que contaron sus vergüenzas, sus indecisiones, sus miedos por no formar parte del grupo, su claudicación al poder de las redes sociales -otra chica llegó a decir que "somos esclavos de Instagram porque si te quitas te encuentras fuera de todo", donde se fabrica una imagen que a veces nada tiene que ver con la realidad y sí con el "postureo", y que hoy, si das un "like", es como decir que quieres rollo, que ya no dicen hacer el amor sino follar, y que a pesar de todo, la sexualidad, aunque cambie la forma de llegar al otro, sigue moviendo el mundo. Vean este 'Salvados', sabrán más de sus hijos.